Mi descripción de lujo es la oportunidad de la lectura -casi diaria- de The New York Times. Es más que un vicio, una adicción que adquirí hace n número de años en mis épocas de estudiante universitario. Allí, mis colegas descubrían problemas y políticas públicas de países distantes como Burkina Faso o Myanmar, o así. Muchos de esas naciones ya ni existen: la configuración limítrofe y las condiciones geopolíticas han cambiado tanto. Lo que es un hecho es que en esas épocas yo, en cambio, me concentraba en otros temas “más frívolos”, de “pirruris” –un término de por allí en los ochentas que estoy casi seguro marcó mis ires y venires hasta el día de hoy -ahora equivalente con el tan socorrido ‘fifí’. Las secciones favoritas de antaño, y de hoy, siguen siendo las mismas: que si el reporte de viajes (y las ofertas idem), que si las opciones culturales et al (para programar los op cit) etcétera. Fast forward treinta años después hoy, hoy, hoy es justo en ese diario donde veo (y leo) las tendencias de lujo. Muchas veces, un par a la vuelta de la página, como sucedió el pasado martes 18 de junio en la sección de Negocios entre las B1 y B3. En dicha parte (lo confieso on the record que no es de mis favoritas mi más socorridas) encontré -separadas por anuncios de fondos de inversión, deals multimillonarios para el mundo del espectáculo, obituarios, y la parte de deportes (‘boring’) se anunciaba «Entering New Era, Chanel Shows Strenght» y Going Going Gone: Sotheby’s Is sold for $3.7 billion. Si el anuncio de los resultados económicos de la empresa más privada y de bajo perfil de mundo mundial internacional (que paradógicamente gasta más de mil seiscientos cincuenta millones de dólares en anuncios publicitarios, eventos múltiples, campañas de marketing al año, y nunca es noticia lo que hacen sus dueños Alain y Gerard Wertheimer) entonces no sé exactamente qué es lo qué define el mundo del lujo. Podría ser lo que ofrece un agente top de real estate para atraer moguls para vender un departamento neoyorkino (que también leí en ese diario el domingo de 2 de junio). Daniel Neiditch un fulano de tal incluyó en la venta de un penthouse de Nueva York para incentivar al comprador de tres autos (un Lamborghini y dos Rolls-Royce), un yate (con marina incluída), una casa en Los Hamptons para el verano, una cena semanal en el restaurante Daniel por un año, los servicios incluídos de un chef y mayodormo por ese mismo espacio de tiempo, Y así, incluídos también boletos de temporada para los Nets. Y, por si fuera poco, también dos millones de dólares para renovaciones del departamento y dos boletos para viajar al espacio. All of the above son los incentivos para vender el “rincón cerca del cielo” valuado en $85 millones de dólares en Manhatttan en la calle West 42nd Street entre las avenidas 11 y 12. Allí, vecino de Hôtel Americano de Grupo HABITA, donde termina el High Line y ahora todo el mundo se toma selfies en Hudson Yards. The New York Times inspira tantas veces las presentes líneas, tiene mi escritorio repleto de recortes y secciones completas del diario para referencia futura de viajes, de artículos, de compras y muchas veces más de argumentos para conversación múltiples. Los suplementos de su T Magazine en diferentes presentaciones son parteaguas de la industria editorial, pero más de la moda, viajes, estilo de vida y diseño.Pero más importante me ha hecho un convencido de que lo que se conoce como soft news es mucho más que eso y su poder de promoción, difusión es amplísimo y tiene certeras ondas expansivas para un país. Y no pretendo un casa como la de los super rich. Mi casa en donde me siento cómodo, sin excesos, donde puedo hacer lo que me viene en gana con atmosphere. Mi casa es su casa. PS Aquí cada viernes, lo que sí importa. Y no dejes de seguirme en Instagram para que veas todo lo que sucede y leerme en Twitter ambos @rafaelmicha y lee todas las columnas en la web en radarmicha.com