Los viajes son lo más emocionante que existe. Y el medio para llegar al destino todavía más, especialmente si no estás estrenando avión Boeing 787-8 Dreamliner José María Morelos como ya sabes quién. La mejor excusa hoy, hoy, hoy para ir al otro lado del Atlántico es el nuevo equipo que existe y está actualmente surcando los cielos: el 380 que nos ofrece AIR FRANCE. Igualito a su anuncio que apareció desde principios del otoño en medios impresos, pero mucho mejor en vivo y a todo color. Antes del Airbus 380 estuve enamorado del triple 7, y amé el trayecto a Narita vía Aeroméxico. Disfruté la coincidencia de encontrarme con @SarurSarur en el viaje aéreo, tantísimo. Platicamos mucho y los asientos “Economy Premium” fueron casi casi casi como viajar en Clase Premier. Todo y más más más. Pero ahora, transportarse en el avión más grande del mundo mundial internacional -tan cacareado por el gobierno como una señal clara de la confianza en nuestro país y el resultado de arduas negociaciones por el GAN y el Presidente Peña Nieto en su visita en julio del año pasado a Paris- es óptimo. Tanto tanto que sólo me faltaba encontrar un destino internacional para dónde ir este 2016 y vivir la experiencia. Y lo encontré. Si alguien me preguntara qué libro me llevaría a una isla desierta, la contestación inmediata sería: ¡NO IRÍA! Gracias. Me encantan los destinos urbanos. Y en este principio del 2016 re-descubrí Milán, después de tantas visitas de pisa y corre, de mochilero y anexas. Al aterrizar en el aeropuerto de Linate lo primero que me vino a la mente fue en la extraña costumbre que resulta de la nomenclatura de calles y avenidas. En México que si en la Condesa son ciudades de nuestro país, que si las escalas de la gira de un circo en la Roma. Que si los héroes nacionales por todos lados, y su caótica numeración siempre. Con el jet-lag recordé que en Londres, One London corresponde a la casa del duque de Wellington. Y en Milán decubrí gracias a mi guía de Louis Vuitton que Il Duomo es “inumerable”. Es el centro de todo. El ombligo. Y con el número 1 tenemos nada más y nada menos que Il palazzo reale. Así empieza el conteo y Milán no decepciona con lo que sigue. Comencé la visita más tradicional: al Refectorio del Convento Dominico de Santa Maria delle Grazie para prestar mis respetos a “La última cena” (Il cenacolo) del genio del arte. Mi interés por Leonardo Da Vinci de suscitó nuevamente después de la genial muestra en el Palacio de Bellas Artes el año pasado, pero más, más, más por la serie de televisión DaVinci’s Demons. La excusa me llevó inconscientemente a escoger Milán (aunque los episodios mayormente están inspirados en su paso por Florencia). Pero como no hacerlo si la residencia de Leonardo con el Duque de Sforza produjo la más grande pintura mural original entre 1495 y 1497. Su técnica “al fresco” se convirtió en su penitencia como resultado del grave deterioro de la pared sobre la que se pintó originalmente, en el edificio que fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1980. La pintura cuya visita requiere más esfuerzo que para conseguir boletos a una función completamente agotada de ópera en La Scala para agendar una puntual cita que dura no más de 15 minutos no es un fresco tradicional. La obra de arte de Leonardo es un mural ejecutado al temple y óleo sobre dos capas de preparación de yeso. Mide 460 cm de alto por 880 cm de ancho. Y enfrente hay otra gran obra de arte que nadie pela porque muchos expertos e historiadores del arte consideran a La última cena como una de las mejores obras pictóricas del mundo. No tiene competencia. Punto. Es casi una escena congelada en el tiempo, en el espacio. Con la expresión clara, con la gesticulación precisa, poco tiene de religiosa y mucho más de drama. Fast forward a Buñuel y a tantos que se han inspirado/recreado múltiples ocasiones.Y aquí es el lugar perfecto para poner en perspectiva (pun intended) los excesos y la ostentación de Milán. Sus tiendas de moda, su 10 Corso Como. Su galería Vittorio Emmanuele. Sus calles repletas de gente bonita. Milán es sinónimo del triunfo y de la tragedia. Como cualquier ópera. Pero después del peregrinaje obligado no me queda más que ahora tratar de ir a Varsovia para ver en vivo y a todo color “La mujer del Armiño”. Porque la otra obra maestra ni de chiste la visito después de la última vez en el Louvre y las interminables hordas de turistas. Aunque Paris, “bien vale una misa”. Sígueme en Twitter e Instagram en @rafaelmicha y lee todas las columnas en radarmicha.com